Miércoles, 02 Junio 2021 19:01

Una muy triste nueva “normalidad”

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ROSALINDA Cabrera Cruz

Desde hace algunos días, Carmen Linares Santiago terminó con el encierro impuesto en las oficinas administrativas del ayuntamiento moreliano para proteger a los grupos vulnerables; más de un año atrás inició su trabajo desde casa, como medida preventiva contra el COVID-19. El gran alivio por volver a disfrutar del sol, la calle y el aire con los protocolos de bioseguridad se vio ensombrecido con un temor para ella injustificable: ahora esta profesional de 60 años no quiere asomar la nariz a la puerta y dice “No lo necesito, porque en estos meses me acostumbré a pedir todo a domicilio y a trabajar en casa”.

Cuando a ella le hablan de volver a trabajar de manera presencial, abre los ojos en señal de preocupación. “No quisiera regresar a las aglomeraciones. Me gusta más la vida así”, dice. Cuenta que con la cuarentena, tanto sus nietos, de 12 y 10 años, como su esposo, de 65, a quien no veía antes por exceso de trabajo de ambos, ahora almuerzan juntos y viven una vida más en familia. “A mí me gusta este estilo de vida y no siento la necesidad de salir”.

A otros les pasa algo parecido. Carlos, un pensionado de 65 años, no quiere salir para evitar un posible contacto con el coronavirus. “Tengo suficientes años como para arriesgarme a estar por fuera”, señala, a pesar de estar vacunado. Lo mismo opina Eric, un experto en entrenamiento físico, quien pocas veces cruzó la puerta de su edificio desde el 17 de marzo de 2020. Y aunque tiene 30 años y menos riesgo, vive con sus padres que son mayores (a quienes cuida) y no quiere generarles angustias ni infecciones por COVID. “No tengo ningún problema en estar aquí en mi casa y podría hacerlo por varios meses más. Aquí tengo todo lo que necesito”.

    Todo ellos son vistos como bichos raros porque la mayoría asume que el encierro ha dejado a la gente con una gran necesidad de salir y estar afuera. Pero para una porción de la sociedad ese no es el caso. Ellos están viendo que dejar la casa o no es necesario o no es una buena decisión en términos de protección de su salud. Por eso sienten ansiedad de salir de esa casa que los protegió en los peores momentos de la pandemia.

Al parecer estas personas podrían estar sintiendo ansiedad de salud y es algo perfectamente normal pues luego de haber recibido por los medios de comunicación tanta información acerca del coronavirus es entendible que algunos no quieran salir de sus hogares. En este sentido, lo que presentan no es un cuadro psiquiátrico sino más bien una consecuencia natural por haber estado tanto tiempo confinados.

    Ese síndrome ahora tiene un nombre: el de la caverna, la cueva o la cabaña, que se ha unido a una gran cantidad de padecimientos de salud mental antes poco conocidos y que son el resultado de una prolongada cuarentena ante una enfermedad, en algunos casos letal, para la que nadie estaba preparado.

    Hoy se habla ya de regresar a una nueva “normalidad”; es urgente reactivar el sector económico, social, educativo e incluso afectivo, pero resulta que a más de 400 días de distancia, hay resistencia para hacerlo.


Pero no es sólo el síndrome de la caverna

Para la psicóloga María Antonia Ibarra Vega, investigadora del Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación (IMCED), cuando se habla de regresar a la “nueva normalidad”, se hace referencia a “adaptarnos a una realidad que ya no es la que conocíamos tiempo atrás.

Y es verdad que las personas no gestionarán de la misma forma este regreso, añade, porque para algunas, sin duda, generara conflictos retomar su vida anterior, y se cuestiona: ¿qué tipo de conflictos? El síndrome de la caverna es uno de ellos, “pero es una minoría si observamos otros que sin duda dejara este confinamiento, porque también están aquellos que se incorporarán a las actividades aún con el pesar que le genera el ya no tener consigo a mamá, papá, al hermano o a un hijo a causa de su muerte”.

En este caso se habla de duelos, subraya la entrevistada, pero también se tienen aquellos casos que tras el resguardo y el contagio, dejaron familiares enfermos o su enfermedad se convirtió en crónica, afectando la calidad de vida para todos los miembros en la familia.

Existen otros problemas, y uno de ellos fue muy evidente en ese periodo: hijos en plena adolescencia y rebeldía (que van a ser los individuos del mañana), a quienes se les obligó a resguardarse en sus hogares, y aquel padre o madre en busca de las provisiones de la familia y que no tuvo opción más que salir a buscar ese sustento.

En estas dudas hace hincapié Ibarra Vega: ¿qué paso con esos duelos, nuevos enfermos, enfermos evolucionados a crónicos, o con esos adolescentes que no pudieron transitar por etapas tan trascendentales en la vida de todo ser humano?

Citando a Santiago Ramírez en su libro “El mexicano, psicología de sus motivaciones”, señala que las instituciones (refiriéndose a la sociedad), esperan que la familia vectora del broquel cultural aporte al individuo las características que, probabilísticamente van a ser las más adecuadas para el logro de los propósitos del grupo cultural.

Más adelante, indica que actualmente estamos frente a una sociedad que ya se acostumbró a realizar sus actividades desde la comodidad de su hogar y que esta nueva era digital, que da la oportunidad de acercar por los menos las necesidades básicas de alimento al hogar, agrava más hábitos mal adquiridos por la pandemia, ya que cada vez la tecnología sustituye la labor del hombre, y el salir de casa a adquirir esos alimentos es por nombrar un sencillo ejemplo.

Concluye que mientras se le haga más fácil la vida a las personas, tenderán a resistirse más a salir y esforzarse para continuar con una vida que en su momento era cotidiana y en ello recordó la frase de Albert Einstein: “Temo el día que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”.


A pesar de la vacuna…no al regreso

Como resultado de una reciente encuesta efectuada por la facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se asegura que el 49 por ciento de los adultos encuestados anticiparon sentirse incómodos al regresar a las interacciones en persona cuando termine la pandemia de COVID-19, en tanto que el 48 por ciento de los que recibieron la vacuna de coronavirus dijeron que se sentían de la misma manera.

Los especialistas aseguran que aproximadamente el 10 por ciento de las personas en medio de la pandemia desarrollarán el que ahora llaman síndrome de estrés COVID-19, derivado de hacer frente a problemas psicológicos graves, como el estrés por trastorno postraumático (PTSD) o trastornos del estado de ánimo o de ansiedad.

En el estudio, se indica que “se tuvo que aprender el hábito de usar máscaras (cubrebocas), el distanciamiento físico o social, no invitar a la gente, sin tomar en cuenta que es muy difícil romper un hábito una vez que se adquiere”, por lo que algunos todavía tienen un miedo extremo a la enfermedad, mientras que otros no quieren renunciar a lo que encontraron que eran los beneficios positivos que obtuvieron del aislamiento forzado y la soledad.

La preocupación ahora es la de implementar tratamientos para sanar la deteriorada salud mental; al respecto, la psicóloga Patricia Torres Morales, de la Sociedad Mexicana de Psicología, A.C., de la Ciudad de México, indica que para vencer el síndrome de la caverna u otros padecimientos derivados, todo depende del nivel de gravedad, y que si una persona tiene síntomas de cansancio, depresión o ansiedad, se tiene que hacer meditación, oración, o escuchar música.

El tratamiento para los niveles agudos de ansiedad requiere de una psicoterapia eficaz con un profesional de la salud mental que pueda ofrecer terapia cognitiva o también se pueden usar medicamentos. Los cambios relacionados con la pandemia de COVID-19 generaron mucho miedo y ansiedad en la población debido al riesgo de contagio, subrayó Torres Morales.

Miles de personas experimentaron la infección por COVID-19 y muchas otras ya habían sido vacunadas en México para cuando la secretaría de Salud federal y los gobiernos estatales dieron luz verde para que se reanudaran las actividades pre pandémicas, como reunirse en interiores sin utilizar cubrebocas. Pero muchas de ellas aún no ganan la libertad de otros tiempos, dado que no experimentan la sensación de serenidad que habían imaginado, sino que adquirieron más miedo a la infección.

Todavía temen comer en un restaurante o encontrarse con gente por fuera de su burbuja. Incluso, muchos hombres y mujeres que solían viajar por cuestiones laborales con frecuencia ahora no pueden imaginarse subiéndose nuevamente a un medio de transporte masivo.

“Después de un año de aislamiento, muchas personas que han desarrollado una comprensión íntima de lo que significa aislarse socialmente tienen miedo de volver a sus vidas anteriores, a pesar de estar completamente vacunadas”.

“Los cambios relacionados con la pandemia crearon mucho miedo y ansiedad debido al riesgo de enfermedad y muerte, junto con las repercusiones en muchas áreas de la vida. A pesar de que una persona puede estar vacunada, todavía puede tener dificultades para dejar de lado ese miedo, porque está sobrestimando el riesgo y la probabilidad de enfermarse”.

¿Y qué decir del regreso a las escuelas... corazón mismo de la actividad social y económica? Muchos estudiantes y sus familias, por ejemplo, en realidad están prefiriendo su estilo de vida pandémico, especialmente por el dinero que las familias han ahorrado ahora que sus hijos asisten virtualmente a las aulas.

La vida después de la pandemia significa que tendrían que volver a estar en contacto con otros estudiantes, convivir con decenas de alumnos a la entrada y salida de clases, pagar por los almuerzos en el recreo, pagar y convivir en el transporte público y muchos otros inconvenientes que implican el contacto social.

Aún cuando la medicina debate para dar por finalizada la pandemia ocasionada por el COVID-19, la psicología también plantea situaciones que se vislumbraron al comienzo de la propagación del SARS-CoV-2. El miedo a cambiar de entorno genera inseguridad y es por eso que muchos pretenden el bienestar que le provoca la comodidad del lugar en el que están.


Feo pero necesario

El aislamiento social ha sido una preocupación común, y válida, a medida que fueron pasando los meses con un acceso limitado a la rutina normal y a la interacción en persona con otros seres humanos.

“Todo fue tan nuevo e impactante que nos obligó a reflexionar para conservar no solo nuestra salud biológica, sino nuestra salud mental, que en rigor es toda una. El distanciamiento social nos llevó a ser solidarios, porque el que se cuida, cuida a los demás. Es decir, no tener una vida social como la habitual supuso hacer un bien a uno y un bien a los demás. En este contexto no dar un beso, no dar un abrazo o no tener una charla presencial fue una prueba de amor y cuidado”, aseveró la psicóloga Torres Morales.

 Sin embargo, para ella también es cierto que pasado más de un año, hubo personas que se estresaron, y que les faltó relacionarse socialmente. “Estaban acostumbradas a resolver en acciones y no en reflexiones. Esta coyuntura obligó a extender el quantum de reflexiones y a achicar el de acciones, por lo menos fuera de casa”, continuó.

La paradoja de este momento es que, si bien se requirió de un distanciamiento social para contener la propagación del coronavirus, el aislamiento también contribuyó a la mala salud a largo plazo. Entonces, es importante que ahora no se permita que tales medidas también causen aislamiento emocional.

Desde su punto de vista, a las personas la interacción social les nutre, las rutinas les organizan y tienen a la libertad en alta estima. “Los seres humanos somos cultura, interacción e intercambio. La limitación de estas actividades sociales nos produce malestar que según cada persona se va a manifestar de diferentes formas. Para algunos como irritación, aburrimiento y ansiedad, y para otros como falta de aire, sensación de encierro y molestias corporales, que incluso en ocasiones va a interpretar como la propia enfermedad de la que se está aislando”, indicó la consultada.

    Pero incluso la soledad puede activar nuestra función de lucha o huida, causando inflamación crónica y reduciendo la capacidad del cuerpo para defenderse de los virus. Los sentimientos de aislamiento y soledad pueden aumentar la probabilidad de depresión, presión arterial alta y muerte por enfermedad cardiaca. También pueden afectar la capacidad del sistema inmune para combatir infecciones, un hecho que es especialmente relevante durante una pandemia.

“El aislamiento social, y más particularmente en los grupos de riesgo por edad, tiene graves consecuencias en relación con la salud psíquica. En personas mayores, tiende a generar no solamente depresión, sino además una retracción libidinal psíquica, es decir un distanciamiento o desconexión de los objetos y las personas que puede elevar el nivel de daño de las enfermedades neurológicas o acelerarlas”, explicó a su vez la psicóloga Ibarra Vega, del IMCED.

Aunque el aislamiento es la respuesta correcta a la pandemia de coronavirus, se necesita exactamente lo contrario en respuesta a la epidemia de soledad. Entonces, ¿cómo se puede cultivar el bienestar social mientras se evita la infección?

“El temor va a estar presente en muchos, porque esa es la razón por la cual estamos limitándonos. Esta humanidad que somos en el siglo XXI ya no está solo a merced de la naturaleza como nos recuerda la epidemia, sino que es constructora del mundo que la rodea. Tener un propósito en estas limitaciones nos da sentido y si bien no disuelve el malestar, hace que podamos sobrellevarlo mejor. Cuando recordamos por qué estamos limitándonos, nuestra angustia puede cobrar un sentido superador”, concluyó Ibarra Vega. 

Gráfica: Internet 

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