Lunes, 25 Marzo 2024 00:03

Una crónica de color, música y tradición de Uruapan

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La fiesta más grande de Uruapan…
POR: Guillermo CERDA LEÓN
URUAPAN, MICH.-
Al ritmo del “Rebozo blanco”, “El torito abajeño” y “Las risas”, los ondulados vaivenes de las “guares” y sus hombres que no paraban de bailar, detonaron la algarabía del público, cientos y cientos de personas que abarrotaron las calles y portales del Centro de la ciudad, con lo que se abrió con entusiasmo el gran desfile del Tianguis Artesanal de Domingo de Ramos.
Rostros enrojecidos, sudados, ojos pizpiretos, coquetos pues, desbordando alegría y entrega a cada metro que avanzaba el contingente, desde el umbral del Parque Nacional “Barranca del Cupatitzio”, la calle Emilio Carranza y hasta el primer cuadro.
Unas cuantas cuadras, sí, pero el gran contingente tardó hasta tres horas y media en cubrir el recorrido completo, entretenido por los bailes, los zapateados y las danzas muy particulares de cada comunidad, como los kúrpites de San Juan Nuevo Parangaricutiro, que se asegura, son únicos en el movimiento de sus pies, la “Danza de los viejitos” y “Los moros de Puruándiro”.
El implacable sol de la mañana de este tercer día de primavera no mermó el entusiasmo, ni de los visitantes artesanos, ni de la multitud de personas que ya no cabían en los portales.
Apenas eran las 8 de la mañana y para entonces, decenas de familias completas ya ocupaban espacios en los portales circundantes al primer cuadro de la ciudad.
Una mujer que posiblemente rodeaba los 65 años, muy quietecita, se mantenía firme en un escalón del portal Mercado, apartando lugar y sosteniendo su sombrilla y una bolsa transparente con abundantes tortas y huevos cocidos para repartir entre la chiquillería que la acompañaba.
“Hay que esperar unas dos horas para el paso de los grupos de artesanos, que vinieron de los cuatro puntos cardinales de la entidad”, comentó una joven reportera que tomaba fotografías a diestra y siniestra.
Unos de Santa Fe de la Laguna, de Capula, San Felipe de los Herreros, Santa Clara del Cobre, Tzintzuntzan, Pichátaro, San Francisco Peribán, Paracho, Cherán y muchos más lugares.
Oficialmente, fueron más de 70 comunidades, y más de 1,500 artesanos, sin embargo, otras estimaciones, calculan más, de 2,500, creadores y sus familias, quienes nutrieron esta fiesta de color, música y expresión cultural.
Una de los más aplaudidos fueron las mujeres y hombres de Cherán K’eri, quizás como un reconocimiento social a su valentía de declarase autónomos como municipio y férreos defensores de sus recursos forestales y de su identidad como pueblo.
Y es que desde hace trece años, ejercen su propio gobierno, allí no hay elecciones, ni candidatos, ni partidos políticos, ni tampoco falsas promesas, menos basura electoral, de esa con la que inundan las calles.
En el 2013, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación avaló su lucha y les garantizó su autonomía para escoger a su propia autoridad.
Así, casi cada una de las comunidades trajo su propia banda musical, quizás más de 50 fueron las que provocaban una tras otra, esa explosión de alegría a cada paso que daban y que invitaba a zapatearle en el incandescente pavimento de las 11 del día.
Fuerte el rasgueo de cuerdas de las jaranas, guitarras y contrabajos, el sonido de los trombones, saxos, tubas y trompetas, así como los violines, dan el ritmo a los abajeños y las pirekuas. La gente no se cansa, sigue ahí firme, en espera de uno a uno de los grupos más representativos de Michoacán, los cobreros de Santa Clara que con sincronía martillan las piezas, cazos, ollas y cazuelas.
Y otra vez los aplausos y la ovación, mientras que el nevero, el de los chicharrones y la de los uchepos aprovechan la oportunidad del momento “porque ventas como estas no hay todos los días”, dice doña Bertha Estrada, quien desde bien tempranito se vino en su triciclo desde la colonia 28 de Octubre.
Fue deslumbrante ver pasar a las mujeres de Uruapan, de los talleres de laca y maque, lucir sus creaciones, hermosas bateas pigmentadas, las y los alfareros de Capula con las Catrinas y árboles de la vida, que dan identidad a ese poblado del municipio de Morelia.
Emotivo fue el paso de la comunidad de Aquila, que desde la Costa michoacana trajeron su arte, su música y su corazón dijo una de las mujeres de la etnia nahua, zona en el país y Michoacán con uno de los índices de mayor marginación.
Este municipio de la Costa cuenta con más de 26 mil habitantes, y ocupan diseminados al menos 8 poblados donde la principal actividad es la agricultura de temporal, y así se cultiva maíz, sorgo y en las décadas recientes, muchos han emigrado a Estados Unidos. También las artesanías son una alternativa que ofertan a los visitantes de sus playas, ganando así, el sustento familiar.
Poco a poco, fueron avanzando los grupos que venían también de Charapan, Tarecuato, Ichán, Chilchota, San José de Gracia, del municipio de Tangancícuaro, zona enclavada en la Cañada de los Once Pueblos.
“Todo el año me puse a trabajar, son unas 250 ollas, cazuelas, comales, cántaros y pocillos, listos para las cocinas”, expresa con peculiar sonrisa que contagia, Salud Aniceto, una mujer de Patambam, quien tiene 20 años viniendo a Uruapan en Semana Santa.
“Quiero regresar a mi casa, sin nada, ojalá venda todo”, dice con optimismo y gira el cuello y apunta con las cabeza hacia el templo de La Inmaculada; su fe es inquebrantable y pide que le vaya bien.
El desfile continúa y pasan los de las “manos mágicas” de Coeneo, Charapan, Chilchota, Erongarícuaro, Nahuatzen, Pátzcuaro, Peribán, Quiroga y Tingüindín, todos los protagonistas de la “fiesta, más grande de Uruapan”.
De tal forma, pasan todos estos artistas, llevando en sus manos eso, su arte, textiles, madera tallada, cientos de piezas de alfarería, cobre, pan de la cañada, su música, su alegría y todo el folclor que cada año une a los pueblos de Michoacán y su gente.
Por unos días, “Uruapan se ha convertido en el epicentro de la cultura y tradición”, como exclamaría el alcalde Ignacio “nacho” Campos Equihua, al referirse a la presencia de las cuatro etnias michoacanas: náhuatl, otomí, mazahua y p’urépecha.

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